La disrupción es un fenómeno muy interesante, entre otras cosas porque prácticamente ninguna industria establecida se define nunca como preparada para ella. La disrupción es un proceso que no tiene lugar prácticamente nunca de manera voluntaria o por elección propia: es algo a lo que prácticamente siempre te obligan. Cuando tiene lugar en una industria madura, nunca es por libre elección, sino porque alguna circunstancia externa, una innovación radical o un cambio de algún tipo te obliga a ello, la práctica totalidad de los participantes en ella tratan de resistirse el tiempo que pueden, y cuando finalmente tiene lugar, no todos son capaces de sobrevivir.
Una serie de anuncios recientes prueban que la industria del automóvil, consciente de que se le viene encima la mayor disrupción de sus aproximadamente 160 años de historia, que afectará a la tecnología principal de su producto, a su conducción y a su modelo de propiedad, está haciendo algunos esfuerzos para prepararse para ello. Las germanas BMW y Daimler se alían para desarrollar vehículos autónomos, al tiempo que anuncian nuevas líneas de modelos eléctricos. Volkswagen anuncian también otra alianza similar con Ford, confirma sus intenciones de lanzar un servicio de transporte con vehículos íntegramente eléctricos este año y rompe récords en circuito con su tecnología, mientras Ford potencia Argo, su división de vehículos autónomos. GM se alía con Honda también para desarrollar vehículos autónomos. Jaguar desarrolla otro modelo eléctrico. Toyota se une a Subaru también con la intención de fabricar vehículos eléctricos, invierte $500 millones en la tecnología de conducción autónoma de Uber y presenta una tecnología solar mejorada para sus vehículos. Audi revela sus planes para la conducción autónoma. Mientras, Nissan presume de tecnología eléctrica, y la industria china, con su fuerte demanda interna afirma estar dejándolos a todos prácticamente en pañales.
Sin duda, algo está pasando en la industria de la automoción: resulta perfectamente planteable que te hayas comprado ya o estés pensando en comprarte tu último automóvil, y de hecho, así debería ser si queremos prevenir una catástrofe medioambiental. Por mucho que los concesionarios de coches traten de evitarlo desincentivando las ventas de unos vehículos eléctricos que necesitan mucho menos servicio y les hacen perder una parte fundamental de sus ingresos, las evidencias son claras: el cambio a vehículos eléctricos y a flotas de vehículos autónomos explotadas como servicio va a ser uno de los factores fundamentales en el nuevo modelo económico, caracterizado por restricciones cada vez mayores al vehículo particular y contaminante, unas restricciones cada vez interpretadas por las ciudades de una manera más pragmática. El vehículo autónomo es nuestra oportunidad más importante para rediseñar una parte de una cultura ya demostrada como completamente insostenible.
Estamos llegando al llamado peak car en cada vez más países: ¿qué implicaciones va a tener algo así para una industria de la automoción que intenta contrarrestar esa disrupción con un fortísimo esfuerzo de lobby sobre los gobiernos? Una industria que, como prueban sus anuncios, ya está prácticamente preparada para muchos de los cambios que se avecinan, y que se limita a tratar de ralentizarlos. De nuevo: ninguna industria afronta la disrupción voluntariamente si no la obligan a ello. Si permitimos que sea la industria del automóvil la que marque la agenda de su propia disrupción, todos esos cambios llegarán demasiado tarde. Plantear el fin de la venta o de la circulación de vehículos contaminantes para dentro de veinte o treinta años es tan absurdo como no hacer nada: dentro de dos o tres décadas, simplemente no quedará nada que salvar.
Es el momento de reconocer que la legislación tiene que funcionar allí donde el mercado ha demostrado claramente no hacerlo. ¿Serán capaces los legisladores de estar a la altura?
This article was also published in English on Forbes, «The automotive industry is ripe for disruption, we just need to push it harder«
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